El escalofrío

Posted: January 10, 2012 in DE TODO UN POCO
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Pulp del olvido

Posted: November 30, 2011 in NARRATIVA
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Uno. (El microship)

Cuando doña Petronila traspuso el umbral del enorme y antiguo edificio de cemento ubicado en la intersección de las esquinas de Huérfanos y Almirante Barroso en la capital, todos en el lugar corrieron espantados a esconderse tras sus escritorios. Nadie en la Comisión Chilena de Derechos Humanos quería mamarse de nuevo la lata de tener que oír sus ‘peladas de cable’. Nadie excepto los alumnos en práctica recién llegados. Por eso el secretario general no tardó en derivar su caso a uno de ellos, al más nuevo. Nadie podía irse del lugar sin ser atendido o al menos escuchado en su denuncia, de lo contrario se corría el riesgo de ser requerido a través de los diarios.

Aquella vez sería el turno de Iván, un joven estudiante de derecho. Entre las sonrisitas solapadas y burlonas del resto el joven muchacho hizo pasar a la veterana señora hasta un pequeño escritorio. Su tarea era la de recibir y tomar nota de las denuncias que pudieren formular los solicitantes derivadas de abusos, torturas o malos tratos de los agentes del Estado y así lo hizo con doña Petronila.

Al comenzar el cuestionario que comprendía la identificación pormenorizada del o la denunciante y una relación circunstanciada de los hechos que debían fundamentar cada denuncia; la cara del joven estudiante en práctica progresivamente se fue llenando de asombro. La señora denunciaba haber sido víctima de un secuestro por los órganos represores de la dictadura. Le relató la supuesta secuencia de los hechos, desde que la habrían tomado en la esquina de su casa, pasando por los tratos vejatorios, inhumanos y degradantes de los cuales habría sido objeto, hasta la supuesta intervención quirúrgica a la que supuestamente la sometieron en el cuartel de calle General Mackenna para introducir en su cabeza un microship que posibilitaba a sus captores el monitoreo constante de cada uno de sus pasos. Y esto último era lo que siempre provocaba la risa burlona de los demás que en más de una oportunidad tuvieron que escuchar la misma historia; y él mismo no sería la excepción. Escuchar a ‘la loca Petro’, era un ritual de iniciación de todos los alumnos nuevos que llegaban.

Iván enloquecería con el transcurso de los días cuando incrédulo y asombrado le tocó tomar la denuncia de don Camilo, un viejo dirigente del partido comunista que relató la misma secuencia de hechos puestos en antecedentes por la señora loca (con ship incluido); lo mismo que le sucedió con el paso del tiempo al tener que atender a doña Lucía, don Pancrasio; don Alberto; Juan, Manuel; Armando; Vicente; Leonora; doña Ester; Domitila; Javier; Saturnino; Ricardo Esteban….la situación dejaría de ser una anécdota y pasaría a transformarse en un rollo atávico.

Dos (Todos de guata al piso)

El agua turbia se metió en mi oreja; eran casi las dos de la tarde cuando los milicos nos cambiaron a todos de patio, estábamos tendidos de guata sobre el frío asfalto. Nadie de la universidad se salvó, ni las alumnas ni los auxiliares de mayor edad. Al lado mío tuve todo el tiempo a la colega Isidora Gutiérrez y al otro lado al director de la escuela de artes, el colega Jara, ‘el compañero Jara’, como se hacía llamar por todos, y al que más patadas le llegaron por comunista, según los propios militares. Yo mismo me tuve que comer un puntapié de un soldado maricón de la misma edad de mi cabro más chico; el infeliz de mierda me clavó el fusil en el pecho, quedé sin aire. Nadie pudo socorrerme, un alumno de mi clase que lo intentó recibió un montón de patadas y escupos de los pelados rasos. Entre suboficiales la cosa era peor, más sádica, para que se forme usted una idea. Les encantaba desnudar a la gente para luego meterla entre dos filas de conscriptos como en un callejón oscuro de patadas; combos e insultos. Cuando los desdichados quedaban deshechos en el otro extremo del pasillo, los manguereaban con agua fría.

Lo poco que vi por mi desmedrada posición me sirvió para formarme más o menos una idea de las dimensiones del asunto. Los militares andaban como perros rabiosos aquella mañana del golpe. Parecía que la condición de izquierdista era una condena de muerte, yo menos mal hacía poco que me había cortado el pelo, porque supiera usted como le daban a los pelucones y a los barbudos. Estoy seguro que cuando los golpistas caminaron por las espalda de los alumnos y docentes, el colega Jara lloró de impotencia ¿o de miedo?, vaya a saber uno. La cuestión es que parecía un animalito boca abajo, todo magullado y mojado por el agua de los charcos que dejó la lluvia, cada pelado que lo identificaba, no tardaba en desenvainarse el pene para orinarlo. Ni hablar de cómo trataron a las colegas y a las alumnas de la carrera de pedagogía, algunas fueron vejadas ante nuestros ojos por los inescrupulosos.

Lo mío duró poco eso sí; pronto llegó mi hermano Jaime al lugar. Allí me dio unas chauchas y sin más me mandó de vuelta para la casa en un camión de los mismos milicos, una verdadera paradoja. Los mismos que me dieron de patadas momentos antes luego me ofrecieron cigarrillos y me dejaron escuchar el festival de chistes que llevaban en la parte trasera de la máquina de campaña. En el aire los aviones no cesaban de sobrevolar Santiago

Al Víctor Jara lo mataron en el estadio Chile, dicen que los milicos lo reventaron a metrallazos y que antes de eso le sacaron las uñas y lo obligaron a tocar su guitarra, y tan bonito que cantaba el condenado.

Tres. (El retiro de televisores)

Estaba sentado sobre el sillón atento a las noticias cuando recibió el mensaje prometido. Hacía dos años que Pinochet había hecho entrega de la banda presidencial al demócrata cristiano que le hizo la vida imposible durante los últimos años y al que no pudo matar pese a sus reiterados intentos. Varios oficiales de la logia lautarista como él andaban ansiosos, muy preocupados por los recientes requerimientos de la justicia. Pese a los intentos de algunos senadores de la alianza por hacer valer la ley de amnistía, los tribunales se habían empecinado en investigar las detenciones y desaparecimiento de muchos durante el régimen militar y luego amnistiar. Ya muchos de ellos habían tenido que desfilar por el despacho del juez en la corte de Apelaciones ante el asedio permanente de las cámaras y el acoso de los periodistas. Era extraño para él y sus camaradas de armas aquello de verse sometido a semejantes vejámenes, más aun considerando que gracias a ellos el país era lo que era en aquel momento; eran ellos los verdaderos salvadores de la patria.

Por eso sintió un alivio al constatar que tras el noticiero en la pantalla del televisor apareció un mensaje en idioma críptico que constituía la señal para acuartelarse en el regimiento de Buin. El llamado era formulado al alto mando con el propósito de proceder a la exhumación secreta y traslado de los cuerpos de muchos de los comunistas cuyos familiares por décadas no dejaron de revolver el gallinero mediante querellas y denuncias en cada sitio donde se plantaban. El mensaje televisado que el oficial en retiro alcanzó a ver en la pantalla de su televisor era con el objetivo de hacer desaparecer definitivamente los huesos mediante la incineración de los mismos.

Por apenas cinco segundos sobre la pantalla del monitor ubicado a un costado de la salamandra encendida se dejó ver el siguiente mensaje: mañana tarde 00:00 horas PGM retiro de televisores. Un suspiro de alivio se dejó sentir en la habitación mientras los nietos hacían barullo en el patio.

Cuatro (La polla)

Estaba cansado de tener que perder y pagar cada apuesta que hacía en el regimiento. Tanto paseo en helicóptero lo tenía con la presión por las nubes. Las burlas de sus camaradas no cesaban cada vez que no le achuntaba a la boca del volcán. Antes de eso el trabajo fue más tenso, más frío también y se circunscribía a un corte en el estómago de los detenidos antes de lanzarlos al centro del océano pacífico. El corte era hecho con los corvos y era para que el agua del mar contribuyera a hundir los cuerpos, no era nada de grato tener que quedarse después a baldear la sangre de la nave.

Últimamente los paseos –como solían llamar los oficiales al desaparecimiento de los detenidos- se hacían para la cordillera. Allí junto a sus compañeros lanzaban los cuerpos aun con vida de los infelices a los volcanes ubicados cerca de la frontera con Argentina. En esas ocasiones y con el propósito de hacer entretenida la faena, apostaban los cajones llenos de pilsen que se le adjudicaban al afortunado que alcanzaba a achuntarle más veces al centro del cráter, desde una distancia pareja para todos los participantes que no superaba los mil quinientos metros de altura. Algunos tripulantes apostaban también por su suboficial favorito y por cada peso que ponían ganaban dos.

El angelito

Posted: November 30, 2011 in NARRATIVA

Lo miro y aun no me convenzo. Parece un angelito. He visto gente buena vestida de madera y manillas cromadas, que parecen perros envenenados. Horribles y a punto de reventar. Pero este no. Que paradoja. Bebo mi ron con hormigas y no lo puedo creer. Por la pantalla se ve el rito fúnebre. Por internet, una colección de fotos que toman sus restos, desde los ángulos más variados.

Me acecha una idea pesistente: no se porqué me acuerdo de mi profesor Domingo Constans. Quizás sea por lo autoritario que fue con nosotros. Le gustaba gritarnos y dejarnos en vergüenza cuando no nos cortábamos las uñas de las patas o cuando éramos sorprendidos sin calzoncillos. Le gustaba el pelo cortito y te reventaba a varillazos cuando no dabas con el resultado de la ecuación. Mi nariz está a punto de tocar la pantalla. Digamos que, como un psicópata sin salvación, tipo Travis en Taxi Driver, me acerco a ella, para ver el cadáver del angelito. Y allí está, es él. Alcanzo a notar los puntos de luz atomizados. Tengo el teléfono lleno de llamadas perdidas de amigos. Algunos con los que no he hablado en muchos años. Cuál de todos más cagado de la cabeza por el mismo angelito. Se porqué me llaman. No contesto porque de seguro sus palabras serán en letras de molde. Tan evidentes y repetidas como las de la TV.

Es rarísimo pero siento como un vacío tremendo desplegándose por todo mi esófago hasta el núcleo del estómago. Quema. No era así como lo pensé. Ha sido distinto, indefectiblemente raro. La muerte del dictador la idealicé siempre como la mismísima venida del Mesías, bajando del cielo así como aparece en la carátula del Atalaya, que de vez en cuando me llevo al baño para leer. No se, algo parecido. Pura hiperbole. Quizás un evento extraordinario, como película de Tarkovsky.

Se murió el Tirano y todavía no se me cura la úlcera. Ojalá la familia se mantenga unida y no se disgregue por esta inesperada muerte. Está muerto y yo aun sigo en DICOM. Dejaré de pensar en la posibilidad de ser su asesino, el sicario del pueblo unido, cohesionado y férreo frente a la tiranía facista. Ya no podré ser el Turi Guliano de Mario Pusso. El héroe que libró al país del yugo amarillento; el de las cajas de vino tinto en las protestas del once; el encantador de culebras; el compañero amante; el weón maricón que arrancaba como niñita de los pacos. ¿Qué hago ahora que el atavío no se me fue con su muerte? No esperaba que fuese así. El hartazgo que llevo dentro es el mismo de ayer, de antes de ayer, del mes pasado y resulta que no se va. ¿Y qué hago con los casetes de Silvio, me los meto en la raja?

Hay gente saltando de alegría; destapando champagne. Están los de la barra y las viudas que no paran de llorar. No están los que siempre anduvimos buscando y no van a estar nunca. Le tiro una bocanada de humo al helecho que tengo al lado mío, arrinconado entre la repisa de mimbre y la lámpara de pie. Una con rabia. Se murió el angelito, y nada pasó. Un desengaño más y tres moscas que se posan en la pantalla como en la retina de un muerto por el hambre. Tengo que apagar el televisor, mañana parto a primera hora al trabajo. Me voy a dormir con la esperanza de que al menos esta vez, las malditas pesadillas se las haya llevado el finado consigo. De que por último mañana, me pare la micro, no se, digo yo. No importa que me lleve colgando de la escalinata, porque si así no es, no tendré nadie a quién echarle la culpa de todo lo malo que me pasa y otra vez me sentiré más perdido que nunca.

Chancho en misa

Posted: November 15, 2011 in NARRATIVA

Antes de entrar en el hábitaculo de la ducha del hotel sacó su prótesis y la dejó apoyada en el lava manos. Cerró los ojos de manera exagerada para que la espuma del shampoo no le fuera a irritar. El chorro de agua caliente horadándole la cúpula del cráneo no le permitía ordenar las pocas ideas que hilvanaba aun medio dormido, como si la lluvia pudiese atravesar un paraguas, o como si el agua del grifo alcanzara a tocarle los mismos sesos como una fría aguja. Comenzaba el día e intentaba ordenar la jornada por segmentos usando el método antiguo, sin agendas eléctrónicas ni cartas de navegación, así tal cual, en pelotas rodeado del vapor del habitáculo de aluminio y vidrio catedral, del lujoso hotel donde se llevaba a efecto el seminario empresarial del Mercado Común del Sur.

Poco pudo dormir la noche anterior pensando en ese tal George Orwell del diario que desde hacia unas semanas no paraba de atacarlo lanzando acusaciones al voleo en su contra por la editorial del matutino opositor. Una y otra vez no paraba de acusarlo de manco corrupto y de festinar con su cara de cerdo. Y cosa rara, al removerse el jabón del ante brazo (el del muñón), pudo ver con asombro que su pellejo tenía el mismo color que el pernil ahumado de cualquier porcino, tal vez por el calor, el encierro y la humedad. Al menos eso creyó para evitarse una crisis de autoestima.

Luego cuando desparramó el bálsamo (con el brazo bueno) sobre el pelo le dió duro y sin demora a la danza de los cinco dedos batiendo el pelo y masajeando lo poco que le iba quedando de cuero cabelludo. Mientras más fuerte lo hacía más y más creia que eso le servía para no pensar y como consecuencia olvidar los problemas que lo aquejaban desde hacía un tiempo atrás; desde que se había desatado el escándalo de las coimas. Según él, el dolor no dejaba pensar, congelaba las ideas.

Con los ojos otra vez clausurados con cadenas y candados, pudo darse cuenta que el telón oscuro de sus párpados de a poco se iba llenando de anillos e infinitos puntos fosforescentes que se hacían cada más nítidos e intensos a medida que sus dedos se clavaban con mayor intensidad sobre la cabeza.

Cuando vió la marca cara del jabón que colgaba de un fino apliqué de mármol, el recuerdo de él metido en una ducha comun de campamento minero, se le vino abruptamente a la cabeza. Fue allí donde perdió su mano. Recordó como una ironía la miseria de su infancia. Una a una se le vinieron encima las imágenes del enorme frasco de shampoo barato que pesaba como un kilo y las cañerías del baño cubierta de enredaderas y musgos. También los papeles sucios desperdigados por todo el sanitario del caserío donde creció, los patos y las gallinas por el barro; y el recuerdo de su padre en el estrado del auditorio sindical haciendo gala de sus dotes de orador incendiario.

Había crecido entre comités de mineros y células de socialistas de oz y martillo. De allí su alistamiento cuando joven en las filas del Partido Socialista Chileno, su posterior lucha contra la dictadura desde el exilio en Francia. Recordó el polvo que se levantaba en las tardes, la cara moquillenta de sus hermanos, la imagén de San Lorenzo bajando en andas desde el cerro iluminado con chonchones, el almacén de don Goyo cuando su madre lo mandaba a fiar.

En definitiva de allí se puso a recordar todo hasta lo más reciente, hasta que la piel se le arrugó de tanta agua caliente. Ya era tarde cuando recordó su participación en aquel seminario que lo ocupaba en aquel momento y al cual concurría en representación del Gobierno, como Subsecretario en reemplazo del Ministro; de allí también el viaje en avión, el cocktail de la noche anterior, la botella de cognac Napoleón, los tiparillos y la prostituta de la víspera que más parecía una top model que cualquier otra cosa y que justificaba la risita perversa que en ese preciso momento atravesaba la horizontal de sus labios.

Dos.

Siempre le había costado un mundo hacerle el nudo a la corbata; y no el nudo común y corriente del liceo, que ese siempre lo supo sacar adelante, sino ese tan propio de las corbatas de los milaneses que más que nudos parecían empanadas. Pero era la moda en el socialismo de la tercera vía en Europa y había que ceñirse a ella para no parecer un roto o un manco picante infiltrado entre tanta gente de origen noble. Por eso su retardo frente al monumental espejo de la suite. Debía parecer un dignatario frente a sus compañeros españoles e ingleses. Con los colegas de Sudamérica no tenía problema, todos tenían un orígen humilde como él, sin embargo todos trataban de ocultarlo, como acontecía con él mismo. Incluso con varios de ellos tuvo que aprehender a utilizar el cubierto completo de una mesa bien puesta en sus primeras cumbres. Antes solo era, o cuchara para el caldo o la cazuela; o el tenedor y la cuchilla (nunca los dos al mismo tiempo) para los guisos y las pocas veces que en el plato venía un trozo de carne. Luego las empanadas y el vino tinto en las peñas del partido. Hablar de más de un plato en una misma comida era para todos sus amigos de infancia y juventud, incluido él mismo, una ilusión o simplemente una mentira.

De a poco y mientras introducía la mancuerna de oro en el ojal de la fina camisa de lino, hizo el ejercicio y el repaso de la presentación que llevaba hecha en power point y que había preparado y terminado de afinar durante el vuelo (clase bussines). Siempre le pareció magnífico que se las tradujeran a más de dos idiomas, sin embargo siempre tuvo sospechas de algunos miembros permanentes que desde cada estrado donde le tocó pararse, parecía que dormían como lirones.

Conforme avanzaba en el arreglo de su presentación personal, recordó las infinidades de veces en que salió de la facultad a la calle a torso desnudo y encapuchado para tirarle piedras a los pacos (con su única mano buena). Entonces era un joven idealista que creía en la revolución del proletariado más que en el viejito pascuero y que vivía metido en reuniones políticas para salvar al mundo.

Sin embargo – y como siempre decía para consuelo propio -, el muro de Berlín se había venido abajo y había que adaptarse a los procesos de globalización. Esa era su banderita de lucha, la justificación ante el menor atisbo de culpa que pudiere venírsele encima. Además ya no había tiempo para ese tipo de juicios trasnochados, al menos así se lo hacían ver una y otra ves los miembros de la dirección nacional del partido.

Estaba ansioso, más de habitual en él; aquella mañana conocería al mismísimo Thomas Trump; quien asistía también como expositor externo al seminario. Del mismo modo volvería a tener la oportunidad de compartir el mismo salón con el Rey Juan Carlos de España y otros dignatarios más, incluida la Lady Di. De allí que no tardara en embetunarse el pelo con gomina y echarse con nerviosismo el armanimanía que llevaba de perfume.

Tres.

El leve destello de la seda de su corbata roja sangre, adquirida en el último viaje que hizo a Italia, se dejó ver con elegancia antes de salir de la suite rumbo al salón plenario, donde lo esperaban los demás para dar inicio a la ceremonia de inauguración. Al atravesar el umbral de la habitación miró por última vez hacia atrás por sobre el hombro y con asombro vio proyectarse en el espejo mural una cola en espiral que colagaba de su trasero como un resorte. Sin embargo no hizo caso y solo lo atribuyó a los efectos del alcohol en su cuerpo. Su presentación sobre las ventajas del mercado y los procesos de globalización del siglo XXI, estaba próxima a empezar.

Mientras bajaba por el asensor de la torre, la hermosa ciudad se dejó ver con elegancia distante siglos de los tenues faroles de carburo del campamento de su niñez. Una y otra vez durante todo el tiempo que duró el descenso intentó recordar la letra del himno de la internacional socialista que ya nadie quería escuchar y que seguramente se entonaría al principio del encuentro, como ya era costumbre junto con la pintorezca levantada tímida de su puño izquierdo (el único que tenía) y el de todos los compañeros de partido.

Cuatro

Ya en el fastuoso salón del hotel resort y antes de apagar el teléfono celular vio en la pantalla como cinco llamadas perdidas de ese tal George Orwell y la puta que lo había parido, que no lo dejaba vivir con tanta acusación.

Mátame los deseos

Posted: November 15, 2011 in NARRATIVA

uno

Llevaba casi dos semanas varado con su pequeña embarcación artesanal en la orilla de la isla. El motor se había estropeado y los remos se habían perdido para siempre entre las olas espumosas y los tumbos de la marejada del brumoso día en que se desató su tragedia. Apenas le quedaba agua en el bidón y el hambre se lo devoraba. La mayor parte del tiempo transcurrido entre su naufragio y aquel día, lo enfrentó acompañado de su pequeña radio a pilas, sin embargo hacía dos días que el aparato transistor ya no funcionaba, por lo que la locura y el desvarío que le causaba la soledad comenzaban a dominarlo.

Lo único que hacía era dormir para calmar el dolor de las quemaduras solares en la piel y en los labios repletos de llagas y sarpullidos. Ya estaba cansado de comer solo moluscos, deseaba algo de comida verdadera. Ya estaba cansado del gritoneo escandaloso de las gaviotas y del sol que le partía la piel. Pero lo que más agobio le causaba era tener que masturbarse una y otra vez para calmar sus deseos. Le echaba de menos a la Lucy, su treintona mujer, a sus ardientes caricias y a su sensual cintura. Sobre las rocas el testimonio de su fallida y abundante descendencia se confundía con el guano de las aves marinas. Tendido de espaldas mirando el sol, el náufrago la imaginaba montada encima suyo con bamboleo de tetas mientras se tocaba insistentemente la velluda pelvis.

Dos

El destello de los rayos de luz provenientes de la orilla de la ensenada lo pusieron alerta. De un brinco se incorporó para corroborar lo que había visto. Con sigilo se acercó arrastrándose por la arena como una salamandra hasta quedar a unos metros de la playa. En la orilla una tremenda aleta plateada se sacudía dando poderosos azotes sobre el agua. Parecía un bacalao gigante, aunque a juzgar por sus escamas podría tratarse de una enorme albacora. Sin embargo la cosa se puso extraña y fantástica cuando entre aletas y algas desmembradas distinguió esos finos brazos de mujer y aquel cabello espumoso y brillante que apenas lograban camuflar esos ojos violeta que de golpe lo miraban con embrujo. Por más que restregó una y otra vez sus ojos no pudo borrar la imagen de la bella sirena mirándolo sensualmente. De inmediato pensó en el desvarío provocado por una eventual insolación, el hambre y la sed. Sin embargo la divina imagen no se esfumaba por más que se sacudía con frenesí.

Al contemplarla tendida de costado con sus senos metidos entre la enredadera de su pelo, la piel se le erizó y la emoción lo terminó por embargar. Como un Ulises, entre pucheros y ruegos, agradeció el milagro al Dios del Mar. Ella no paraba de mirarlo con esa sensual e inocente mirada de doncella. A él la baba se le caía por las comisuras de los infectados labios. Como pudo armó una camilla con unos cartones y la arrastró desesperado hasta las dunas. Mucho tiempo de privaciones había transcurrido por lo que no demoró en acomodarla convenientemente sobre la arena caliente. Ella deseosa y feliz se dejó llevar.

Tres

En cuanto estuvo listo, recostó a su SIRENA sobre las dunas y de inmediato comenzó a disfrutar de su blandura, de su frescura, de su lubricada piel, de sus meloncitos maduros, de sus ojos. De cuando en cuando ella lanzaba unos alaridos como de dolor. Sus curtidas manos de pescador artesanal la acariciaron una y otra vez, casi con desesperación. El sabor de su piel mientras la recorría entera con su boca le recordaron el paraíso. Saboreó y saboreó hasta el éxtasis, por un instante los recuerdos de la Lucy se le desbordaron en la mente, de cómo ella tenía la receta para disfrutar de aquellos dionisíacos menesteres con gusto.

Así se mantuvo aturdido y extasiado como un animal insatisfecho hasta que esa MALDITA ESPINA se le atravesó en pleno buche. De inmediato dejó la presa fresca de sirena sobre una roca mientras el aire comenzaba a escasearle y la desesperación lo hacía suyo para siempre.

Antes de caer abatido sobre la arena con los ojos desorbitados y aquel tono azul en su piel, se recriminó una y otra vez por no haber poseído a la bella SIRENA antes de comenzar a engullirla como ceviche.

Plana

Posted: November 8, 2011 in NARRATIVA
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Estuvo horas bloqueado frente a la pantalla. No habló, apenas contestó el teléfono. Fumó diez cigarros convertido en un feroz fuelle. Por el pasillo del mundo exterior vio pasar a todos. Corrían de un lado para otro cargando carpetas y archivadores. Toda la tarde lidió con los murmullos. La radio de la oficina contigua sonó difusa, enredada. El tiempo pasó no más. Sin gestos suyos; sin ningún tipo de interés que sirviese de boya al hundimiento. Fue funesto el vacío de las horas.

Hizo lo mismo al salir. Caminó como un autómata el circuito de todos los días. Cinco pasos para quedar en el pasillo; un cigarrillo pendiendo de la mano tiritona; un giro a la izquierda y ocho pasos más. De allí un ascensor que caía a las tinieblas. Luego el gentío de la calle y el corazón aprisionado por el esternón. El rictus de los labios lo tenía duro como un onix. La mirada agresora fue la misma que más tarde paseó en el auto. Allí, camino a casa, metido en la hilera de bichos enfierrados, jugó al azar con el dial de la radio y jugó al azar con el pensamiento incontrolable, díscolo. Las luces reflejadas en el agua del pavimento, reflotaron el juego de su imaginación insana, plana y desarraigada. Le gustaba desenfocar la mirada y armar mosaicos con las luces de colores que nunca faltaban.

Al estacionar, se preocupó mucho de su aspecto. Una y otra vez se enfrentó al espejo del vehículo. La vida era un espejo. El contraste de la incipiente luz recreó los días de cortes en el sistema interconectado; por esos días aun estaba limpio. En orden ascendiente instó a la gana a tener hambre, luego la increpó, la zamarreó, pero no hubo caso. Alguna mentira le serviría de soslayo para cuando su mujer le formulara la pregunta de cada día. Se preparó también para la mala reacción porque la quería. Templó con estaño y cobre los nervios que hace rato venían mal.

Cuando los niños saltaron sobre él, recordó su faceta de padre. Con harto desgano se vistió con ese traje. Bruscamente desempolvó los sentimientos para estar a la altura de tanta vida efervescente. Le tuvo miedo a las miradas tan limpias de sus niños. Sintió un peso enorme empujándolo hacia el núcleo del suelo como un yunque. Después se clavó en el baño.

Más tarde se hundió en la almohada para esquivar el deseo de su mujer. Allí estuvo con la misma mirada seca, pegada al techo de la habitación. El rito diario se desenvolvió parecido a todos los días. La pantalla encendida convertieron el entorno en superficie lunar.

Así, de este modo, flotando en la nada, con su corazón deshidratado, sostuvo la batalla de siempre por otra línea fulgurante. Y ojalá por dos. Así, sin cerrar los ojos.

Vindicta

Posted: November 2, 2011 in NARRATIVA
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Tiene la carita de un cachorro de perro quiltro, el más dulce de todos. A ella las manzanas confitadas le encantan tanto como las sustancias de cuatro colores. Por eso toda las veces que recibo mi suple me voy derechito a la distribuidora a comprarlos. Soy afortunado porque la hora de la colación en la pega coincide con la del cierre del comercio a mediodía. Pese a ello, la distribuidora nunca cierra sus puertas a los clientes como yo que se quedan dando vueltas en la plaza, como pirinolas.

Ella es como un angelito para mí. Incluso me atrevería a decir que es igualita a la Laurita Vicuña, la santita esa que mi hermana tiene pegada en la pared. Me gusta tomarla con todas mis fuerzas para levantarla hasta que su cintura me queda en las narices. Me gusta ese olor a jabón camay que siempre se le junta allí. Ella es feliz cuando yo hago eso, se le nota en los hoyitos que se forman en los extremos de su boquita de néctar.

Todos los días salgo de mi casa temprano para hacer el mismo recorrido. Me gusta caminar por la calle Infante siguiendo la línea de la cuneta, escuchando el sonido difuso de las radios a tubos. Mañana comienza la novena así que habrá que prepararse para el canto de los frailes en la levantada.

Temprano el concierto de los pájaros se oye amplificado porque el viento no sopla. Todavía no amanece cuando salgo, me gusta llegar primero, antes de que ella llegue. Anoche después de la reunión de apoderados en el colegio, me dijo que le gustan mis besos, que le hacen gracia. Yo no entiendo; a veces hay días en que no para de llorar y otras en que le gustan hasta mis fúnebres besos; para mí que es pura mala crianza esta cuestión; comienzo a sentir la manipulación.

Otras veces se me taima y no hay caso con ella. No me habla, no me dice nada; ni siquiera un leve suspiro cuando intento jugar con los dedos. Ella es capaz de nublar sus ojos y congelar la vista. Es chantajista porque sabe que le tengo un terror inmenso a esa mirada de mierda que se le pega en la retina cuando no consigue lo que busca. Al final, siempre termino dándole en el gusto para que el diablo no me venga a buscar. Me pone nervioso verla así, me provoca una sensación oscura que prefiero evitar; una contracción ácida en la base del esternón que me obliga a tomar las pastillas. Es muy curioso, siempre que me mira así, en las noches no consigo dar con el sueño. Se me hiela el espinazo y la pieza se carga con la maldad. Ojalá que esto no sea un embrujo porque la otra noche me tiraron de los pies mientras dormía.

Todos dicen que no hay que temer a los muertos, sino que a los vivos, cuando aun uno es hombre. Y parece ser cierto porque ella sí que es de temer: se lleva todas mis lucas en regalitos; se lleva también mi corazón, y este deseo que se refleja descarado cuando la tomo y me empapo de ella. Eso sí que es de temer gancho, y más que a la picada de araña diría yo. El otro día me quedé mirándola sin que nadie se diera cuenta. Estaba parada en una caja para alcanzar el espejo. Se probó cuanta ropa sacó de la cómoda. Su torso me bailó y mi piel le siguió el paso.

Ayer mi hermana la vistió de princesa para el colegio; está de candidata a reina por su curso y yo he ayudado con mucho entusiasmo a vender los votos a un peso en la chichería. Me dio mucha pena no poder acompañarla a la coronación, pero allí, me tienen prohibido acercarme a ella. Juran que me fui de la casa. Mi hermana lleva seis meses sin pega y mientras tanto se las arregla vendiendo paletas a la salida del colegio. Yo también la ayudo; casi siempre hay una bebida en la mesa para el almuerzo.

Hoy le tendré listos unos huevos a la copa para cuando vuelva del colegio, a ella le fascinan. Cuando todos duerman intentaré leerle en voz baja el último Papelucho que le compré en la kermese. Cuando esté bien dormida le sacaré las liendres y me sacaré los dientes, los dejaré en agua, debajo de la cama, para que no se me asuste la niña.

Moon Patrol

Posted: October 30, 2011 in POESIA

El trayecto es filudo como el del moon patrol; escarpado
Que de súbito me pone con la frente hacia arriba
semejando un paciente sin escape
y otras veces hacia abajo,
pendiendo de la mano temblorosa de Dios
que me mantiene sujeto del pellejo de perro
con el ceño fruncido y simulando que la abrirá
brígido como la vida misma
como lo que está pasando ahora mismo
en la calle; en tu hipotálamo de piedra pome
que ve tele y ve tele

abro las manos como si fuera un jote
pongo rostro de malo y me lanzo caradura
a los días, al vermut y a las noches
llevo las tarjetas por si acaso (casi siempre)
me da por existir y comprar cualquier huevada
para verme lindo
nadie me dijo, nadie me anunció la tranca de la rueda
hoy todos se rascan donde no pica
el pensamiento se escabulló como una Chinchilla
y se albergó en un recoveco del silencio
al fondo el hoyo tirita de frío anhelando agua
para su guargüero moquillento y seco

Liliputiense y militante de la Izquierda Cristiana
mis gritos terminaron en el fondo de la fuente de Toledo
y aquel puño irreverente me lo tuve que meter en el poto no más
espero con afán que vuelvan a fabricar zapatillas con poliuretano
para volver a caminar blandito
espero ilusionado que no me embarguen una oreja
que vuelvan los nísperos a la feria
que lo dicho y hecho por trascender
regresen a esta vida como Mon Ra
como ráfaga de impulso, de movimiento
de asombro

porque Babilonia se puso fome y aguachenta
como piscola sin hielo
y le hacen falta flores, pichangas en la calle, alguien que enseñe
necesitada está la Babilonia del sentimiento a poto pelado,
del grito sin cálculos del niño hambriento y cocido
falta le hace vencer el miedo a la muerte
como decía el cornudo hediondo a pata que era el Hegel
le hace falta pico según ella, pelos según tú
fósforos para calentar el agua
luz para ver

el peludo, filudo, conchudo caminito de mi vida
me trajo hasta acá para gritar la fruta
para chamullarla en versos; para bien o para mal
el macanudo; felpudo; agudo cuadro de los días
y la gaseosa con mucho hielo
me sostuvieron como pensionado
mientras caminé por los adoquines del pecado
por la impuesta pauta, entre los jirones de una utopía
y las tripas sanguinolentas de un revoltoso
hasta hoy en una sola pieza
mañana quién sabe

Plastic revolution

Posted: October 15, 2011 in DE TODO UN POCO

El taco en avenida Providencia es un terrible despelote. En el interior del Ford Continental plata, el matrimonio no habla, sólo mira hacia la calle. Es invierno y la llovizna cubre el parabrisas con diminutas gotas. En los parlantes suena la voz de Milton Do Nascimento en sonido digital. Ella lo vio una vez hace años con los ojos inyectados de sangre tirando piedras a los ‘pacos’. De inmediato la virilidad y la rebeldía de sus actos se le aparecieron en el e cran de los recuerdos. Mientras lo mira sentada a su derecha, los recuerdos de cuando eran jóvenes se le agolpan. Entonces él acostumbraba peinarse con las cuerdas de una guitarra y a dar recitales en las fogatas del valle mostrando un repertorio impresionante de canciones de protesta. En su tiempo algunos compañeros incluso lo llamaron ‘el Silvio chileno’ por el falsete que le ponía cuando cantaba ‘el playa jirón’. Estuvo vinculado un tiempo con el Frente Patriótico. Ella fue feliz a su lado en cada protesta que se organizó durante la antesala del plebiscito.

Con los años se fueron a vivir juntos, tuvieron los hijos y con el advenimiento de la democracia, entraron al ‘servicio público’. Antes debieron pasar por la universidad privada. Desde que él es diputado viven en una comunidad ecológica en Peñalolen.

Detenidos por la roja del semáforo, ella lo mira. Acaban de cruzarse hace unos minutos con un carabinero del tránsito que estuvo a punto de infraccionarlo por pasarse un ceda el paso en Irarrázabal con Vespucio. Ella no sabe qué fue de aquel chascón revolucionario que le hizo clic y una y otra vez, con cara de desconcierto recuerda las súplicas que recientemente, y a tan sólo dos cuadras de donde se encuentran, le hizo su marido al paco en motocicleta para que no lo multara. Parecía un niño remolón, un corderito pidiendo piedad. Ahora él conduce orgulloso por la gracia que se hizo, se acaba de ahorrar casi 35 lucas por la multa. Ella por su lado traga mucha saliva mientras la imagen del marido rebelde se desvanece en su cabeza y desaparece entre los autos japoneses. Un taco en la próxima esquina le anuncia la entrada al estacionamiento del shopping. Antes de virar, él revisa si trajo las tarjetas de crédito o no.

Look at me

Posted: September 30, 2011 in DE TODO UN POCO
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Son dos uvas negras
y no todo el racimo
son unas perlas
vestidas de luto
flotando en medio del agua
cristalina y turbia
de estalactitas al sol

son tus ojos dos estrellas
que quedaron viudas
dos razones oscuras
el mástil de la noche
en la expansión del universo

así me tragan el alma
el par de cuervos
que son tus ojos
así me asesinan la calma
cuando camino ciego
penduleado al borde

de luz y de sombras
son tus ojos
de súplicas y espanto
gritos y silencio
tus ojos son
de miradas hacia adentro
de succión infinita

Que me miren
que me busquen
que tus ojos no se asusten
que las estrellas caigan
cuando sea la noche
y que mi sombra
no abandone tu vista